martes, octubre 20, 2009

Diversidad



Basta con levantar la mirada y alcanzo una variedad de hojas titilando en verdes infinitos. El árbol que me saluda, se asombra tanto como yo: Nada en mí es constante y puedo sonreírle tan variadamente como se agita su copa frondosa.

Podríamos detenernos así por tardes, descubriendo el uno en el otro, las maravillosas diferencias que componen nuestra armonía.

Pero es tan vasto el instante y tan ancho el entorno, que nos distraemos y abandonamos la riqueza de este encuentro.

Una hormiga se asoma por uno de mis brazos, me recorre sin pudor, como yo a la tierra. Sé que me recorre, porque se desplaza milímetro a milímetro, aunque el milagro diminuto que mueve sus piernas esté oculto a mi rostro gigante.

Me estremece este puntito negro, parpadeando entre mis poros.

Un zorzal cruza el cielo, alzando nuestras atenciones hacia lo alto. Un ángel de nubes se desliza, sin batir sus alas, a lo largo de todo el arco azul.

El firmamento, aún lleno de luz, sostiene la noche que duerme.



Tendencia



No sé si soy capaz de definir mi vocación,
de adivinarla entre mis verdades,
de cosecharla entre mis sueños.

Pero la intuyo, la alcanzo
cuando escribo, cuando leo,
cuando miro a los ojos,
mientras el verso aún parpadea en el aire.

Está en la palabra,
en el orden armónico de los significados,
en esta paz que se dilata, invencible, sobre el poema.

En este arco iris que atraviesa la hoja en blanco,
en los colores que rocían mi soledad,
en esta rama del alma
que me florece más allá del cuerpo.