viernes, junio 17, 2011

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Los secretos fueron muchos, muchos.
Como un árbol prolífero que dejaba caer sus frutos incesantemente.
Granadillas que se quedaban, amontonadas en el suelo, bajo el sol y la impotencia.

¿Cuántas semillas han germinado, han crecido y apretado como enredaderas?
¿Cuántas cáscaras, ya ácidas, han dejado vértigos sobre el piso?
¿Cuántas veces el olor a amenaza ha robado el aroma dulce y refrescante de la lluvia?

(Los secretos, pesados como máscaras de plomo,
doblan la crianza, condenan los parpados y las sonrisas.
El carnaval grisáceo sólo termina con otra fiesta:
La que cuelga muecas y mentiras en los libros.)

Hoy son monstruos de papel, carátulas encadenadas por la multitud de palabras,
por los títulos altos y fuertes, por los puntos finales y certeros.
Se han transformados en marcadores de páginas, de verdades y de hermosuras.
De puertas y llaves



Muchas fueron las puertas de mi vida, muchas. Tantas, que las obviaba, pasando sin abrirlas, sin verlas, sin valorarlas. Todavía guardo los ruidos, los golpes, las brisas que ellas dejan con sus movimientos. Pero son como fantasmas de madera que van y vienen, que encierran y libran los recintos de mi vida. ¿Cuántas veces atravesé las paredes? ¿Cuántas veces perdí el camino hacia algún umbral? Con el tiempo aprendí a comprenderlas, a manejarlas, a servirme de sus bondades. Y también a experimentar de sus durezas. Las distancias se hacen mayores, cuando una puerta se cierra, aunque sólo separe dos piezas. Hoy, yo diría que las Cordilleras son mis más nuevas adquisiciones. Una puerta inmensa y larga, que me separa de la playa y de la samba. Que me resguarda del calor y de la euforia. Respecto a las llaves, nunca las he tenido. Salvo una que se alojó en lo más hondo de mi cuello. El año pasado me la extrajeron y ahora digo con más aire. En realidad era una llave muy extraña, se parecía mucho a una enfermedad y casi me mato para reconocerla. En fin, cada cual hace lo que puede para abrir la puerta correcta y encontrarse.

domingo, junio 12, 2011

Cloro

Habrá algún tipo de cloro para el alma? Algún blanqueador que me limpie el espíritu de las impurezas? Un par de moléculas limpia la mancha de mi camisa. ¿Con cuántas oraciones podré limpiar la mancha de mis pensamientos? Con un poco más de cloro, puedo hacer desaparecer todo el azul de la tela. ¿Rezando más, lograré que el color de mi ego se destiña? Lograré dejar al cuerpo libre de mis colores y entregado a los arco-iris invisibles de la paz? ¿Será por eso que los ángeles no aparecen? ¿Con qué versos ejercito mi ausencia, mi abstención, mi inexistencia? ¿Con qué borrador, Dios mío, disminuyo las letras grandes de mis cuadernos?
¿En contra?



Voy en contra, cuando salgo a comprar botas y vuelvo con un libro. Cuando el desaire en el tránsito me causa curiosidad. Cuando los desaires, en cualquier parte, me causan curiosidad. Cuando prendo mi TV llena de fantasmas y los escucho. Cuando opto por el metro lleno y por su pueblo, respirando por sobre mis hombros. Cuando mi corazón insiste en el castellano, aún frente a la playa más tibia. Cuando vuelvo a ser brasileña, bajo las llamas de un otoño ajeno. Cuando no entiendo nada del chiste. Y también cuando me rio a carcajadas, de lo grave. Cuando mis ojos se pierden, tras el zigzag verde de los loros. Cuando despierto antes del sol y Dios ocupa toda la soledad. Cuando el amor por mis hijos se extienden a otros hijos. Cuando me descubro amada, por éstos y por aquellos. Cuando me emociono, indefensa, dentro de tus ojos.
Cuadernillo

Ordenaré mis estantes, cada cuaderno, cada libro, cada borrador, cada palabra. Dejaré las comprenhensibles, las que dicen, las que son eternas. También ordenaré los documentos, los que cuentan números en vez de versos. El comer es tan importante cuanto el pensar. El pensar es tan visceral cuanto el comer (aunque pocos lo asuman así). Escribiré con detalle a cada hijo, a cada alma, a cada uno de esos sujetos que conforman mi sociedad más intima. Los textos serán precisos, serán más cortos que largos, serán esenciales y cada punto final será un instante de plenitud. A mi marido, no le escribiré nada, basta con todo eso que sabemos cuando nuestros ojos se encuentran. La palabra, entre nosotros, sobra, como sobran los relojes y los álbumes de fotografía. A mis padres les enviaré mis recuerdos hechos versos, omitiré las llagas de mi poesía y haré un cuadernillo de felicidades, de estas que brillan en la arena, al lado de las conchas. (El mar nunca defrauda, siempre tiene un puñado de alegrías que entregar). Escribiré también al mar, o mejor dicho, escribiré como si el fuera mío. O mejor aún: haré un manifiesto declarando que él es mío.