miércoles, septiembre 05, 2012


Historias de campo

 

Se murió la mamá y la ovejita quedó “guacha”. Nadie la quiso, ninguna de las demás ovejas la adoptó. Al pastor no le quedó otra que ayudarla, y obligaba a las otras mamás a que la amamantaran. Las laceaba por el cuello, las sujetaba con todo el coraje y le gritaba; “! guacha…guacha…guacha !”. Y allá venía la ovejita sacudiéndose de felicidad, se agachaba entre las piernas de las madrastras bravas y las chupeteaba hasta que la vida, blanca y espesa, le chorreaba por la carita. Terminaba y se echaba a los pies de su salvador, borracha de leche y gratitud.


El cuidador envió al pato a la hacienda vecina, donde había dos patas solteras. Pasó por allá dos semanas, hasta que el vecino lo vino a devolver. Pero llegó cabreado, desconfiado, sujetando el pato en una de las manos y un huevo negro en la otra. Una de las patas lo había puesto por la mañana, pero negro como la noche. El cuidador se espantó con el color inusitado del huevo, llamó a la señora, a los hijos, hicieron una junta. Se barajaron varias sospechas, incluso la posibilidad de que un buitre hubiera hecho el “trabajo” en lugar del regalón. Finalmente decidieron guardar el huevo en el nido de una gallina clueca, de las buenas, de las que apuestan más por la vida que por la autoría. Y ahí está, calientito bajo las plumas, esperando a que se trice la cascarita sospechosa y oscura.


El perrito recién salía de entre las piernas de su mamá. Todo era novedad, la tierra, las flores, las frutas, el canal lleno de agua fresca y el gatito que le perseguía la cola. No podía caminar bien, pero brincaba. Saltaba de un lado a otro, gozoso y dispuesto a vivir todos los maravillosos peligros de la vida. El jeep entró con velocidad en la parcela y encaró al perrito de frente, como sonriendo con sus dientes de parachoques. El pequeño siguió su camino, asombrado por este nuevo e inmenso compañero. Fue todo tan rápido que ni se dio cuenta, cuando, en un brinco más fuerte, saltó del polvo a las estrellas.


El arbusto había crecido mucho y estorbaba el paso. Sus ramas se estiraban llenas de espinas y hojas secas. Era gris como las pesadillas y ensombrecía el borde fresco y verde del canal. Pero la niña, bajo el sol tímido del invierno, divisó su corazón en el centro espeso. Desde la fealdad agresiva del árbol, el nido, ya vacío, anunciaba la vida y el canto.

 
Se inventó una casita entre los plantines de jojoba. Tenía todo lo necesario: una pistola de agua, un polerón, un gorro, una botella llena de jugo y una piedra con forma de silla. Desde ahí puede contemplar el horizonte cordillerano, el sol más amarillo del norte y los álamos que le saludan, todos juntos, alborotados de calor y de viento.

 

Luz y Vida

Creo que mis hijos leerán mis versos a sus hijos y nietos, a veces. Creo que mis nietos me leerán cuando hagan alguna mudanza y encuentren los libros de Vida & Poesía en el fondo empolvado de alguna estante olvidada. Creo que se preguntarán porque tantas personas escribían en mis libros. Creo que yo seré un mito: La abuela poeta que no publicaba sola porque era comunista. Creo que mi palabra terminará en la biblioteca de algún colegio pobre, al lado de palabras más importantes. Creo que si tengo suerte, podré ganarme un espacio célebre, al lado de una biblia por ejemplo. O al lado de una ventana, con una cortina viejita y agujerada. Por donde el sol entre, a ratos, para devolverme la vida.