viernes, febrero 27, 2009

El sol sigue brillando.

No importa cómo despierto, si fuerte o débil, si plena o nostálgica, si con aliento o desamparada. No importa el tamaño de mis guerras, el volumen de mis tristezas, las distancias que me apartan. No importan las sonrisas y las promesas, los sueños y la espera, la rosa recién nacida y el tordo feliz que bendice la rama. No importan estas líneas y el deseo inmenso de servir. Yo no importo.

No importa la arena, el destello atrapado en una ampolleta, la conquista del espacio, el azul profundo y la altura, David y su honda, el cataclismo y la miseria. No importa la genialidad, el flagelo, ni las fiestas de cumpleaños. Ningún libro importa, ninguna trova, ni la llave de fa que todo lo invierte. El mismo relámpago se parece a un suspiro. El beso no importa.

En su ardor, el astro no duda. Arde porque no conoce ni la pausa ni el desanimo. El sol sigue brillando porque sobre él flamea una fuerza mucho mayor: El amor, el amor que le devuelve la importancia a todo y a todos, que enaltece las minucias y se enciende en el misterio. El amor que alcanza por igual los mares y las montañas, la carne y el espíritu, lo ido y lo nacido. El amor que alumbra el silencio, el verso y el ojo que lo lee lleno de esperanza.

El sol sigue brillando porque él no puede comprender que haya lágrima y que haya risa, que haya día y que haya noche, que haya tempestades e injusticias, que haya muerte y que haya vida. El sol, que sólo responde al amor, brilla incesante e inexorablemente.

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