viernes, febrero 27, 2009

Mar en Otoño


El mar que traigo adentro no me altera ni me calla. Es igual a estos otros que hacen más líquido al planeta. No lo temo ni me acerco. La necesidad inmensa de hacerse parte suya ya no está. Más bien lo guardo entre las olas azules del recuerdo. Antes lo asociaba al misterio, a lo inexorable, a la divinidad. Hoy lo contemplo sin aturdirme, sin entregarme a lo inalcanzable. Al contrario, lo enfrento con lo que traigo de concluso, con lo que me define y explica. Mi alma no se encuentra más entre las algas, entre los velos anaranjados del crepúsculo. Ahora anda agarrada a mi existencia, a la intimidad de los párpados, a cada uno de mis pasos. A veces me agota su constancia, su peso implacable sobre el instante. Hace muy poco, me bastaba con el aire salado para emprender un viaje, para irme sin anclas ni rumbo. Pero esto de estar presente me ha creado necesidades nuevas como los barcos y las islas. (La conciencia es una bendita luz que no se apaga nunca, ni en el sueño más profundo). El mar ahora es apenas mar sin ninguna otra metáfora, diferente de la poesía, que mece la eternidad, que no cansa nunca de inundarme y sorprenderme. Por suerte me quedan las hojas indefensas y el lápiz, el océano albo y sus remolinos de versos.

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