Leo “Condición de vivo”. Tan simples estas palabras,
tan sin intenciones, tan sin poesía. ¿Qué será que pasa con mi alma, que
encuentra belleza en esta suma básica de versos? Condición me suena
a instante, a un tiempo fugaz e irrepetible, a un aire que me entra por el
cuerpo y no vuelve nunca más. Se transforma y me transforma de forma
irreversible. Respiro y mi otro respiro ya no será igual. Cada segundo dentro
de mis pulmones son únicos y maravillosos. La palabra condición me despierta
una gratitud tan intensa que se me rebalsan los ojos, mi boca se sonríe sola y
mis brazos se abren inmensos, aunque no haya nadie a quien abrazar. Pero es
cierto, no hay poesía en “condición de vivo”, sólo hay un sentir inexplicable
que me estremece y llena mi silencio de una luz aún más renovadora que la del
día.
En el párrafo siguiente leo sobre nuestra
responsabilidad de generar a semejantes, incluso sobre nuestro deber de generar
a mejores. Es cierto, la historia dice que nos degeneramos, que el desarrollo no
abarca los valores. Los valores son como las iglesias antiguas, son templos que
se visitan. Ya casi nadie vive en ellos, sino que los contemplan como joyas
ajenas. Me quedo segundos enteros releyendo este párrafo. En mi universo personal
no ha sido así, el desarrollo en mi persona ha generado mejores, ha rescatado
relaciones infértiles, las ha recuperado. Mi alma trae agua, trae una fuente
que no puedo ni quiero resguardar. Poco a poco todo va cobrando sentido y los
dolores se hunden como semillas, para luego brotaren cual tréboles y girasoles.
Pero si no hay degeneración en torno mío, ¿donde falto? ¿Dónde se atrasa mi
humanidad? Abro grande los ojos sobre este libro, ya no busco el deleite, sólo
la inquietud y la incomodidad.
Miro a mis manos que sujetan al libro, son tan
perfectas, son tan potentes, tan de verdad, tan mías. Vuelvo a posar los ojos
sobre los versos y encuentro un camino en este vaivén. En esta distancia tan
corta que une mi felicidad a estas otras, que aún no se despiertan.
Yo sí miro a las estrellas, miro con gusto mi pelo
emblanqueciéndose. Alguna noche mi cabeza resplandecerá como las constelaciones
y yo seré un dibujo a más en el cielo. Mientras tanto, me acostumbro a la luz y
leo para recordarme una y otra vez que el misterio me asusta, por
resplandeciente. La muerte es un fulgor que no alcanzan mis ojos. Es un brillo
que no cabe en mi rostro.
Quiero más ejemplos, más ejemplos de mansedumbre,
que los ejemplos no se agoten nunca en mi camino. Necesito de ayuda, de mucha
ayuda para domar y entregar mi espíritu. ¿Quién son mis guías? A veces la belleza. A veces la
verdad, a veces el dolor. Pero, por sobre todo, los desafíos. Ellos guardan
este trozo de luz que sana mis oscuridades.
A la vez, soy guía. Soy ejemplo, soy freno, soy
justicia y esperanza. Soy el espejo donde otras vidas deben reflejarse, donde
otras luces deben multiplicarse, donde mi prójimo debe recoger más de si. En la mañana, cuando la soledad me permite aprender, es cuando más concluyo. En la
tarde me levanto a enseñar, a contener, a interrumpir los caminos fáciles del
alma que aún balbucea, a la altura de mi vientre.
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