jueves, junio 22, 2017

Recordando a Dante, ya después del Infierno.



Leo “Condición de vivo”. Tan simples estas palabras, tan sin intenciones, tan sin poesía. ¿Qué será que pasa con mi alma, que encuentra belleza en esta suma básica de versos? Condición me suena a instante, a un tiempo fugaz e irrepetible, a un aire que me entra por el cuerpo y no vuelve nunca más. Se transforma y me transforma de forma irreversible. Respiro y mi otro respiro ya no será igual. Cada segundo dentro de mis pulmones son únicos y maravillosos. La palabra condición me despierta una gratitud tan intensa que se me rebalsan los ojos, mi boca se sonríe sola y mis brazos se abren inmensos, aunque no haya nadie a quien abrazar. Pero es cierto, no hay poesía en “condición de vivo”, sólo hay un sentir inexplicable que me estremece y llena mi silencio de una luz aún más renovadora que la del día.

En el párrafo siguiente leo sobre nuestra responsabilidad de generar a semejantes, incluso sobre nuestro deber de generar a mejores. Es cierto, la historia dice que nos degeneramos, que el desarrollo no abarca los valores. Los valores son como las iglesias antiguas, son templos que se visitan. Ya casi nadie vive en ellos, sino que los contemplan como joyas ajenas. Me quedo segundos enteros releyendo este párrafo. En mi universo personal no ha sido así, el desarrollo en mi persona ha generado mejores, ha rescatado relaciones infértiles, las ha recuperado. Mi alma trae agua, trae una fuente que no puedo ni quiero resguardar. Poco a poco todo va cobrando sentido y los dolores se hunden como semillas, para luego brotaren cual tréboles y girasoles. Pero si no hay degeneración en torno mío, ¿donde falto? ¿Dónde se atrasa mi humanidad? Abro grande los ojos sobre este libro, ya no busco el deleite, sólo la inquietud y la incomodidad.

Miro a mis manos que sujetan al libro, son tan perfectas, son tan potentes, tan de verdad, tan mías. Vuelvo a posar los ojos sobre los versos y encuentro un camino en este vaivén. En esta distancia tan corta que une mi felicidad a estas otras, que aún no se despiertan.



Yo sí miro a las estrellas, miro con gusto mi pelo emblanqueciéndose. Alguna noche mi cabeza resplandecerá como las constelaciones y yo seré un dibujo a más en el cielo. Mientras tanto, me acostumbro a la luz y leo para recordarme una y otra vez que el misterio me asusta, por resplandeciente. La muerte es un fulgor que no alcanzan mis ojos. Es un brillo que no cabe en mi rostro.

Quiero más ejemplos, más ejemplos de mansedumbre, que los ejemplos no se agoten nunca en mi camino. Necesito de ayuda, de mucha ayuda para domar y entregar mi espíritu. ¿Quién son mis guías? A veces la belleza. A veces la verdad, a veces el dolor. Pero, por sobre todo, los desafíos. Ellos guardan este trozo de luz que sana mis oscuridades.

A la vez, soy guía. Soy ejemplo, soy freno, soy justicia y esperanza. Soy el espejo donde otras vidas deben reflejarse, donde otras luces deben multiplicarse, donde mi prójimo debe recoger más de si. En la mañana, cuando la soledad me permite aprender, es cuando más concluyo. En la tarde me levanto a enseñar, a contener, a interrumpir los caminos fáciles del alma que aún balbucea, a la altura de mi vientre.

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