La
religión surge porque el ser humano es un animal que pregunta. Y es buscando
las causas de los fenómenos religiosos y sus hechos, que podemos conformar la
historia de la religión. Podemos decir que las culturas alimentan la hipótesis
de una realidad sobrenatural para explicar la realidad inmediata. Es así que
surgen los mitos o la explicación mítica de la realidad. A su vez, en la medida
que el ser humano postula un universo sobrenatural, surge el intento de
comunicarse con él, a través de poderes, también, sobre naturales. Y así surgen
los ritos. Estos dos principios, mito y rito, fundan las religiones.
El
gran cambio de la modernidad, en el ámbito religioso, fue la sustitución de los
ritos por la ciencia. La modernidad comienza con la traducción de los libros de
Aristóteles y colinda con el cisma del Occidente, con la reforma, con el
humanismo, con el positivismo, con el cambio del foco cultural: ya no era Dios
el centro del universo, sino que el mismo hombre. La secularización marginalizó
lo religioso. Salimos del fundamentalismo de la pre modernidad, para entrar en
la crisis de la modernidad: Sólo es lo que se puede probar. La gran pregunta
que surge entonces es ¿Cómo creer en la modernidad? ¿Cómo creer frente a la
ciencia?
Frente
a esta nueva problemática y al creciente ateísmo, la modernidad intentó, en vano, responder con
tres grandes utopías: La utopía de las naciones, la utopía de la muerte como
solución a la vida y la utopía del socialismo. Alguna vez hemos creído que ser
parte de una nación era ser inmortal. Alguna vez hemos creído que la vida se
solucionaría con la muerte, ahora sabemos que la solución de la vida es la vida
misma y la ciencia (única respuesta) hasta puede destruirnos. Alguna vez hemos
creído que todos podríamos ser iguales, pero ya sabemos que la convivencia
siempre es, al fin y al cabo, regida por el más fuerte.
Con
el derrumbe de las grandes utopías, ingresamos a lo que llamamos de post
modernidad. Y ahora la gran pregunta es: ¿Qué sentido tiene la vida? En su
universo desacralizado, el hombre vive, más que nunca, la angustia de la
consciencia de lo absurdo. Y si pensamos que la felicidad depende de una vida
con sentido, entonces podemos pensar también que Dios no es y no se hace
necesario como causa y sí como fundamento. El desafío de hoy es como reinventar
la religión, de forma convincente, para que se aleje lo más posible de los
vicios egocéntricos. Nuestra capacidad de alteridad está directamente relacionada con nuestra capacidad de superar
el criterio del poder. La revolución religiosa será, entonces, descubrir cuanto
de narcisismo puede retirarse de la consciencia.
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