viernes, febrero 27, 2009

Bolsa de Maní

La paloma apareció de repente, y se posó primero sobre el encuesto de la silla. Me vio de reojo como todas las palomas, y empezó a dar saltitos hacia los lados. Su presencia no alteró mucho el paisaje pero distrajo mi pensamiento de la reflexión. Yo andaba molesta con esta falta de límites de la gente, con esta tendencia mía de acoger y motivar al solitario. La palomita saltó a la mesa ansiosa, había una bolsa de maní abierta al lado de mi taza de café. Ahora sí la miré en los ojos y sentí la invasión. Un pájaro así puede ser muy inofensivo, frágil e inocente. Y ese es el problema de los seres muy naturales: traen las necesidades bajo plumas, bajo una dulzura que es casi irresistible. Pero no era un buen día para tantear mi generosidad, por lo que cerré la bolsa y la guardé en mi bolsillo. Quedamos las dos frente a frente. Ella con hambre y yo con mi sustento guardado. Quizás lo necesite más tarde, quizás le regale a otra paloma, quizás lo bote por viejo y olvidado. Son míos, se lo he ganado con mi esfuerzo y trabajo. Y es cierto, son manís y no harán ninguna falta para mi salud. Pero, en este momento regalárselos sería una falla del espíritu, una falta de criterio, un acto de amor irresponsable. No, ahora el fracaso no nos serviría a ninguna de las dos, en realidad no le serviría a nadie. Una flor de jacarandá cae sobre la mesa, dividiéndola en dos. Me levanto con algo de alivio en el corazón y ella vuela hacia la copa lila y frondosa. Nos volvimos a mirar por una última vez y ella está inmóvil, a lo alto, como un poeta que acaba de comprenderlo todo. Y yo agitada, como quién acaba de descubrir un par de alas en el ánimo.

No hay comentarios.: