viernes, febrero 27, 2009

Maravillas de un Domingo


Llueve y el agua deja minúsculas pozas en el patio. El vaivén de los árboles se luce en estos espejos de primavera. Un zorzal atraviesa el aire y su vuelo regala olas amarillas al charco. Mi perra se acerca corriendo, pisa lo mojado con sus patitas saltarinas. Las gotas salpican mis pantalones de barro, de mañana, de alegría. Después se sienta frente al portón para hacer lo que más ama: cuidarnos. Su cuerpo grande y rubio se refleja entero en la poza más cercana. El agua, de alguna forma, la hace más increíble, más etérea, más eterna. El instante me permite contemplarla en todas sus dimensiones. Puedo apreciar el vigor de su raza en su pelaje, en su postura, en sus espaldas majestuosas que terminan en una cola bella y distinguida. Puedo sentir su imagen vibrando al compás del líquido, del arco iris que se abre a mis pies con un rayo más delgado de luz. Del otro lado está la sombra que hace su bulto contra el suelo. Una mancha más oscura y con orejas que se mueven. Mi perra sólo vive como Dios le manda y, sin ninguna pretensión, se desdobla en tres dimensiones, en los tres milagros de lo cotidiano. Mis ojos, atentos, se conmueven y me alerto de que el prodigio sigue por el universo brillante de mis retinas, por los campos vastos de mis recuerdos, por la misteriosa noche de mis sueños. Sin ninguna planificación, Dala y yo volveremos a encontrarnos muchas veces aunque no llueva como hoy, aunque los colores del cielo no se encanten con los del agua, aunque nunca más se repita esta constelación de fenómenos, aunque ella o yo no estemos, aunque la poesía ya no vuelva a alcanzarnos.

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