sábado, febrero 28, 2009


Carabelas

Los días llegan con movimientos diferentes, con temperaturas y profundidades nuevas. Sus mareas se alternan y nos inundan con ánimos y climas siempre distintos. Los espejos nos revelan, nos desnudan el tiempo y las brújulas más exactas. Los abrazos son más que lunas, son acontecimientos que pueden provocar o concluir travesías. Que pueden naufragarnos, o revelarnos las islas más íntimas.

De las miradas fluye todo lo que no fluye de las bocas, todo lo que se represa en los labios. Los silencios dejan olas en el aire y siluetas huidizas por los pasillos. Cada uno estanca el alma a su manera y, mientras dormimos, los sueños se libran del descanso y de lo oscuro. Navegan por lo invisible, por las corrientes húmidas de la madrugada.

Pero no todo se manifiesta y los secretos, escurridizos, se rebalsan en la voz de los más jóvenes. A veces una realidad se hunde por años, pero en un día cualquiera, irrumpe tempestiva en lo cotidiano. Tras la primera, se derraman muchas otras y algunos hogares pueden verse sumergidos, con sus verdades y corazones a la deriva.

El océano de los afectos, antes que cualquier otro, es imprevisible y trae atardeceres más implacables. La vida, como la muerte, son más bien horizontes del hombre. Son crepúsculos que escapan a los mares y a los cielos. En fin, el hogar no deja de ser una aventura, un vaivén de olores y humores, de pausas y renacimientos. Un viaje que se mece entre las fauces y las cumbres del amor.

Octubre aún en botón, octavo año.

Flávia Álvares Ganem

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